En nuestra
edición pasada
hablamos del yip,
ese trastorno
que puede volver
imposible un
simple putt, y
cómo ha afectado
a grandes
jugadores a lo
largo de la
historia. Esta
semana,
profundizamos:
¿qué es
realmente el yip?
¿Por qué sucede?
¿Se puede
superar?¿Cuándo
se descubrió el
yip?
Aunque los síntomas del yip eran conocidos en el mundo
del golf desde
hace décadas,
fue en la
Clínica Mayo en
los Estados
Unidos donde se
empezó a
estudiar el
fenómeno de
manera
científica. A
partir de los
años 80 y 90, se
comenzó a
documentar
sistemáticamente
el trastorno,
primero como un
problema
psicológico
(relacionado con
la ansiedad de
performance),
pero pronto la
evidencia
neurológica
empezó a
emerger.
¿Es una
enfermedad? ¿Qué
dice la ciencia?
Sí. El yip fue finalmente clasificado como una forma de
distonía focal
de tarea
específica. Se
trata de un
trastorno
neuromuscular
que afecta los
movimientos
finos y
específicos de
una parte del
cuerpo durante
una acción
determinada —en
este caso, el
swing o el putt
en el golf. Esta
clasificación
cambió el
paradigma: dejó
de ser solo un
“problema
mental” y se
reconoció como
una patología
real,
diagnosticable.
¿Qué sucede
en el cerebro?
Neurológicamente,
el yip se
origina en los
ganglios
basales, una
estructura
ubicada en la
base del
cerebro,
implicada en la
regulación del
movimiento. La
distonía ocurre
cuando hay una
alteración en
los circuitos
motores que
conectan los
ganglios basales
con la corteza
motora. Es como
si el cerebro
“olvidara” cómo
ejecutar una
acción que antes
realizaba con
total
naturalidad.
Esto genera
movimientos
involuntarios,
espasmos o
bloqueos
musculares justo
en el momento de
la acción
específica. En
golfistas, esto
puede hacer que
un putt corto se
vuelva una
pesadilla.
El diagnóstico:
una enfermedad
con nombre y
apellido
En resumen, no
fue sino hasta
que Bernard
Langer llevo su
problema a la
Clínica Mayo
donde allí, se
lo identificó
como una
distonía focal
de tarea
específica: un
trastorno
neurológico que
afecta una
función motora
muy concreta,
como lo es el
putt o el chip
en el golf.
Desde el punto
de vista
técnico, la
distonía se
origina en los
ganglios
basales,
estructuras
profundas del
cerebro
responsables de
controlar el
movimiento fino.
En esos casos,
los circuitos
cerebrales
encargados de
coordinar el
golpe se
alteran,
generando
espasmos,
bloqueos o
temblores
involuntarios,
justo en el
momento
decisivo.
Cómo se
manifiesta, y
qué se puede
hacer
En el golf, el
yip se da sobre
todo en el putt
—un golpe que
requiere
precisión,
suavidad y
repetición
exacta—, pero
también se han
documentado
casos en el chip
o tiro de
aproximación,
donde la
precisión y el
control son
igualmente
exigentes.
La ansiedad
suele ser parte
del cuadro, pero
no es la única
causa. Muchos
jugadores
relatan que el
cuerpo “se les
desconecta” por
una fracción de
segundo. Esa
sensación de que
el swing que se
ha practicado
mil veces, de
pronto se borra
de la memoria
muscular.
¿Se puede
tratar? ¿Tiene
cura?
El tratamiento
del yip es
multidisciplinario.
Existen tres
grandes
enfoques:
Terapias físicas
y conductuales:
Reentrenamiento
motor, cambios
en la técnica,
práctica con la
otra mano o con
un grip
distinto.
Algunos incluso
cambian el tipo
de putter.
Terapias
psicológicas:
Cuando hay una
carga de
ansiedad
importante,
técnicas como la
terapia
cognitivo-conductual
o la
visualización
guiada pueden
ayudar.
Tratamientos
médicos: En
casos más
severos, se han
utilizado
inyecciones de
toxina
botulínica (botox)
para bloquear
temporalmente
los músculos
afectados.
También hay
estudios con
medicación
neurológica.
La cura completa
es difícil, pero
sí se puede
compensar,
mitigar y
manejar. Muchos
golfistas logran
volver a
competir o jugar
de manera
recreativa con
una estrategia
personalizada.
Frente a esto,
muchos buscaron
soluciones. Así
fue como surgió
—o se
popularizó— el
uso del pater
escoba. Una
herramienta, sí,
pero también un
símbolo de
adaptación.
Cambiar la
posición de las
manos, invertir
la técnica,
incluso
modificar la
forma en que uno
piensa el golpe,
han sido
recursos válidos
para seguir
jugando.
El testimonio:
cuando el golf
también es
resiliencia
Yo puedo hablar
del yip en
primera persona.
Lo padezco desde
hace más de 21
años. Hubo un
tiempo —entre
2004 y 2006— en
que me pregunté
seriamente si
seguir jugando
tenía sentido.
La frustración
era enorme. En
el momento de
golpear, era
como si el
cuerpo olvidara
lo que tenía que
hacer. Una
décima de
segundo... pero
decisiva. Me
pasaba en el
putt, claro,
pero también en
los tiros
cortos.
Encontré mi
salida en el
pater escoba,
que me permitió
compensar lo que
la
neurofisiología
me quitaba. Y
compensar, en
medicina, muchas
veces es lo más
parecido a
curarse. Volví a
disfrutar. Pude
ayudar a otros
que lo sufrían.
Aunque al
principio muchos
lo niegan
—porque hay
vergüenza,
porque está el
estigma—, hay
una verdad que
aprendí y que
vale para todo
en la vida: no
se puede superar
una enfermedad
si antes no se
acepta que uno
está enfermo.
El yip no
siempre se cura,
pero se puede
manejar,
contener,
reconvertir. Hay
tratamientos
físicos,
médicos,
psicológicos.
Pero también hay
caminos
personales.
Herramientas
como el pater
escoba, el
cambio de
técnica, o el
simple acto de
hablar del tema
sin miedo.
Porque, como
tantas cosas en
el golf, el
primer paso para
mejorar es mirar
de frente el
problema y
animarse a
cambiar.
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Es como si el
cerebro
“olvidara” cómo
ejecutar una
acción que antes
realizaba con
total
naturalidad.
Para el
golfistas, esto
puede hacer que
un putt corto se
vuelva una
pesadilla |
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Muchos jugadores
relatan que el
cuerpo “se les
desconecta” por
una fracción de
segundo |
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